En contraste con las esperanzas del año pasado en medio de la euforia de la recuperación post-pandémica, las perspectivas macroeconómicas para 2023 son, cuando menos, sombrías. En este contexto, ¿debemos esperar un aumento generalizado de los siniestros y las insolvencias de empresas? Jean-Christophe Caffet, Economista Jefe del Grupo, nos da algunas respuestas.
¿Cómo cambian las oportunidades económicas para 2023?
El año 2022 terminó con una nota particularmente baja, muy lejos de las esperanzas del año pasado en medio de la euforia del repunte post pandémico. Las perspectivas macroeconómicas para 2023, por el contrario, parecen cuando menos sombrías. La mayoría de los riesgos señalados se han confirmado, lo que hace temer otro año terrible para la economía mundial, en particular para Europa, donde la economía ya está estancada mientras la inflación sigue alcanzando nuevas cotas.
Los bancos centrales, deseosos de evitar que se repita el escenario de los años 70, se han embarcado en un ciclo de endurecimiento monetario. Éste, afirman, sólo llegará a su fin cuando los precios estén más asentados - aunque el peaje macroeconómico podría ser una nueva recesión.
Los periodos marcados por el endurecimiento de las condiciones financieras -sobre todo cuando son de esta envergadura- casi siempre repercuten en la siniestralidad. Y sobre todo si los episodios se combinan con otros factores que ponen en aprietos la rentabilidad de las empresas, como ocurre hoy con la fuerte subida (o el mantenimiento de niveles elevados) del precio de los insumos y las materias primas, en particular la energía y, posiblemente en el futuro, los salarios. Las negociaciones anuales llevadas a cabo en un contexto de pleno empleo y de inflación a menudo de dos dígitos dejan poco lugar a dudas: los costes salariales aumentarán sensiblemente el año próximo, con (por supuesto) claras diferencias entre países y sectores de actividad. Además, las cargas de intereses serán notablemente más elevadas y el acceso al crédito bancario más restringido. Al mismo tiempo, los flujos de tesorería de las empresas están terminando el año en una posición mucho menos favorable que cuando empezó, especialmente en las áreas más intensivas en energía del sector manufacturero.
En estas condiciones, ¿deberíamos esperar un repunte de las insolvencias empresariales?
La «paradoja» de las insolvencias derivadas de la pandemia de Covid-19 va a desaparecer por dos razones fundamentales. La primera se refiere a la intervención gubernamental, mucho más presionada ahora que hace dos años debido al retorno de la inflación y a los objetivos contrapuestos con la política monetaria. Mientras que el apoyo presupuestario introducido durante la pandemia ascendió a más de 10 puntos del PIB en las economías más avanzadas, los países de Europa - con la excepción de Alemania - son ahora más prudentes en cuanto al gasto. Las medidas para hacer frente a la crisis energética («escudos arancelarios», etc.) rondan los 3 puntos del PIB. En otras palabras, el enfoque «cueste lo que cueste» adoptado por los gobiernos ha quedado claramente atrás. La segunda razón está relacionada con la naturaleza esencial de la crisis actual, que es diametralmente diferente de la crisis sanitaria: la pandemia del Covid 19 fue más o menos un shock temporal que extinguió casi todos los costes variables soportados por las empresas. La crisis actual, en cambio, es más bien un choque permanente, que provoca un aumento generalizado de los costes que el Estado no puede soportar en su totalidad.
En estas condiciones, es difícil no anticipar un fuerte aumento en las insolvencias corporativas en los próximos trimestres. El proceso de normalización también ha comenzado en muchos países, como Francia, donde ha aumentado alrededor del 50 % durante los primeros diez meses del año, principalmente en los sectores de transporte, distribución y agroalimentario. Probablemente sería una exageración decir que existe un peligro inminente de una ola masiva de insolvencias, y mucho menos de una "ola gigantesca", como algunos comentaristas han especulado: en primer lugar, las autoridades públicas están vigilando de cerca la situación; y en segundo lugar, la posibilidad de racionamiento energético parece estar disminuyendo a muy corto plazo. No obstante, 2023 debería marcar un tipo de (re)convergencia de la micro y la macroeconomía.